Buscar el dolor de un animal y a costa de su penuria, y saciar el morbo y diversión de algunas personas, dice mucho de nuestra degradación.
Por ello, el hacer combatir animales es una práctica que tiene detractores.
Pero…, quiero confesarme con usted, a mi me gusta las peleas de gallos, de hecho, me gusta apostar en ellas.
Sé que ello es algo deplorable, que es un acto cruel, que me condena, y reconozco mi error … Pero aún así, lo disfruto.
El por qué de estas palabras... Bueno, yo crecí en un ambiente urbano, y obvio, las peleas de gallos eran algo exótico y se percibían de manera despectiva, sin embargo, la vida me forzó a vivir por una buena temporada en el campo, y en dicha transición aprendí y vivencie, un estilo de vida y cosmovisión distintas. Me di cuenta que las peleas de gallos y el toreo, es algo muy impregnado en la idiosincrasia popular de este lado del mundo, y en un ámbito más urbano, las peleas de escarabajos, de grillos y de perros.
En plena postmodernidad, es contrastante ver, dichas forma de diversión con otras cosmovisiones. (por ejemplo, con aquellos que proclaman derechos similares entre chimpancés y humanos).
Soy crítico conmigo mismo, y me pregunto.
- Por qué aún reconociendo la ilegitimidad de usar el dolor de un animal, persiste el disfrute?
- Soy de los que pienso que, en la medida que uno maneja cierto discurso y adquiere cierta educación, gana implícitamente una responsabilidad social con lo que dice y lo que hace, por qué entonces, si mi contexto no me condiciona a dicha idiosincrasia de las peleas de gallos, si disfruto de ellas?
- Será que la agresividad que todos tenemos de alguna forma se desfoga por otros canales?
- O será que pesa más nuestro contexto que nuestras ideas?
- Hasta que punto es legítimo que ciertos hechos culturales se conserven en pro de la “identidad”?
No sé.
Creo que si nuestra relación con nosotros mismos es compleja y contradictoria, nuestra relación con los animales lo es también.
Las peleas de gallos, se remontan a los fenicios, los griegos, los romanos, España y Latinoamérica.
Ver un gallo encaramado en una cuerda haciendo equilibrio y cantando.
Ver a un hombre posar sus labios sobre el pico un gallo succionar la sangre de sus pulmones y verlo llorar de paso.
Ver gallos engalanados con espuelas de carey, plata u oro.
Ver apuestas de hasta 20.000 dólares.
Ver enfrentar hasta la muerte dos animales con el solo ímpetu de sus hormonas.
Reunirse a veces en la ilegalidad para ver dos gallos.
Escuchar la algarabía de la pelea, los gritos, y tal cual grosería. Para el éxtasis posterior de la alegría del ganador y el llanto del perdedor.
Ver los dueños y apostadores cerca del ruedo, chismosos y curiosos en las gradas superiores y más allá las mujeres que venden sus besos.
15 minutos de pelea, si es que antes no muere o no pueda pararse.
Historia de glorias y derrotas, de apostar mujeres, y hasta lo que no se tiene.
Y repetir todo de nuevo con el anuncio del juez y una nueva pelea.